martes, 25 de mayo de 2010

Capítulo III (primera parte)

El domingo siempre ha sido el día preferido de Antonia. Aunque para la mayoría de sus amigos es “una lata” porque no hay mucho que hacer, ya que casi todos los lugares están cerrados y las opciones más aceptables son reunirse en alguna casa, preparar un buen asado, con bastantes cervezas y esperar a que termine la semana de la mejor manera posible. Para ella en cambio, es un día de descanso, de sueño profundo y silencio impuesto como regla básica de convivencia en su departamento.

Ni duchas, ni almuerzos programados, ni ventanas abiertas, menos cortinas arriba. Un rayo de luz le parecía el peor de los sacrilegios y la obligaba a plantar su cabeza bajo la almohada para evitar la fotofobia que cada día la ponía más irritable. El domingo era el merecido desenlace de la semana, era su final feliz. En donde ella y su cama se entrelazaban en un sueño profundo, que por lo general concluía el lunes. Sólo ahí, protegida de todos sus fantasmas, a puertas cerradas lograba dejar de pensar. La imposibilidad de ir al Sunshine - debido a que domingo y lunes cerraba -, le otorgaba una calma que los demás días de la semana le era impensable conseguir.

Para Vicente en cambio, - y porque era un joven totalmente noctámbulo -, dormir consistía casi en un mal necesario, que evadía cada vez que alguna posibilidad se le presentaba. Además, su vida social era más activa que la de la mayor parte de la gente. Los domingos siempre encontraba algo que hacer. Salir a la casa de alguna amiga “de esas con ventaja”, era por lo general su primera opción. Asunto que, además de ser una segura entretención para cerrar la semana, le servía como tema de conversación durante días. Relataba con increíble elocuencia, sus andanzas mientras sacaba a relucir su presuntuosa personalidad de galán – casi de telenovelas -. Pero si, por esas extrañas casualidades de la vida, se encontraba sin una de sus “doncellas”, optaba por reunirse con el séquito de amigos que lo seguían a todas partes con el orgullo de un escudero acompañando al más hidalgo de los caballeros.

Para Antonia esa situación era divertida cuando la miraba desde fuera, pero cuando le tocaba ser parte del grupo de escuderos - medio sometidos a las decisiones bastante poco democráticas de Vicente -, la empezaba a molestar. Ambos eran testarudos y peleadores, situación que más de alguna vez generó conflictos en su - casi perfecta - convivencia.

El único domingo en que Vicente osó quebrantar la regla de oro en el departamento e invitar a un grupo de amigos a jugar póquer cerca de las cuatro de la tarde. Y cuando Antonia comenzó a escuchar los sonidos de personas trasladándose de un lado a otro, conversando, riendo y sirviendo tragos cada vez más seguido, se levantó casi fuera de si. A gritos llamó a Vicente a la habitación, pero él - como ya estaba bastante pasado de tragos - hizo caso omiso a sus palabras, por lo que no le quedó otra opción que levantarse, pasar entre la gente, entre platos y vasos sucios en el suelo, para llegar hasta Vicente. Cuando lo tuvo en frente a gritos lo echó del departamento con su tropa de “amigotes”, recordándole de paso, que esa era la única regla que había pedido se respetara, que le aceptaba su desorden y que no lavara ni un tenedor después de comer, pero que lo único en que no pensaba ceder era en eso. Los domingos son en silencio y punto. Terminada la frase, ya todos estaban en el pasillo agolpados mirándola con cara de espanto. Cerró la puerta de un gran golpe y volvió a su dormitorio, para intentar retomar el sueño. Vicente no se apareció por el departamento en dos días. Tiempo en el que Antonia no lo extrañó realmente.

martes, 18 de mayo de 2010

Capitulo II (última parte)


Cuando la encontró, se acercó rauda, dispuesta a todo. Total sería sólo por esa noche. Era una chica llamada Consuelo, le decían Conti, la había visto varias veces en el Sunshine y siempre le gustó. La saludó con aires de triunfo, sabía que la atracción era mutua.

Comenzaron a bailar. Libres y seductoras. Recorrían la pista de baile sin importarles pasar a llevar a los demás, riendo y moviendo sus cuerpos con esa libertad que sólo aparecía cuando consumían alcohol o algún tipo de droga.

Estuvieron más de una hora en ese juego de seducción, con movimientos que cada vez se volvieron más eróticos y atrevidos. Era momento de dar el siguiente paso. Sin palabras, Antonia la tomó de la mano. Lentamente entre caricias y risas de complicidad avanzaron hacia una de las salas privadas con que contaba el Sunshine para los clientes frecuentes. Las luces rojizas le regalaban un ambiente de privacidad y lujuria al espacio. En el lugar había un gran espejo de muro a muro, el cual reflejaba los acontecimientos que nacían en ese espacio de sofás rojos y mesas de acrílico blancas con negro. Todo eso llenaba el ambiente de un inusual erotismo.

Antonia sacó uno de los paquetes que, horas antes, le había comprado a Feliciano, mientras Conti la observaba sentada en el sofá de tres cuerpos dando la espalda al gran espejo. Se acercó a ella y con un beso suave la empujó hacia atrás dejándola recostada frente a ella, con los labios recorrió su cuello, bajando lentamente hacia su estómago, llegó al principio de la polera negra, para levantarla lentamente hasta dejar su estómago descubierto. Sobre el armó dos líneas que inhaló lentamente mientras a Conti se le erizaba la piel con el contacto suave de Antonia en su cuerpo. Luego con una tarjeta de presentación acercó un poco de ese polvo blanco para que ella inhalara.

Antonia continuó recorriendo el torso de Conti, con una excitación que se fundía con la adrenalina del viaje de la cocaína por sus vías nasales, hasta lo más profundo de su cerebro. La beso suavemente y, poco a poco sus labios comenzaron a recorrer su rostro, sus hombros y su cuello mientras sus miradas se encontraban cómplices. En esos momentos las palabras sobraban, hablaban con la mirada, con gestos y tacto, con el roce de sus cuerpos.

Consuelo era una mujer linda, tierna y bastante inteligente, su pelo negro y ojos pardos le otorgaban un atractivo que no pasaba para nadie desapercibido, menos para Antonia. Sin embargo ella no creía en las relaciones, el compromiso con una persona no le parecía más que patrañas para justificar la razón de ser de la sociedad. La familia, la fidelidad, el amor para toda la vida y, sobretodo el matrimonio eran algo simplemente imposible de realizar, una utopía comprobadamente irreal y no estaba dispuesta siquiera a arriesgarse a verse involucrada en algo así. Estaba segura que esas cosas no generaban más que sufrimiento.

Pero esa noche estaba con Consuelo y no pensaba en esos temas que llevaba grabadas en su cerebro de una manera casi dogmática. Sólo pretendía pasarlo bien hasta que alguien les avisara que el pub cerraría y las retornara a la realidad, en donde Antonia se iría a su departamento y Conti volvería a casa. Con una disfrazada promesa de volver a verse.

martes, 11 de mayo de 2010

Capitulo II (segunda parte)


Como era de costumbre, al llegar al Sunshine, varios amigos y más que nada conocidos se apresuraron a saludarla - la llegada de Antonia era la consecución de lo que la mayoría en ese lugar esperaba. Algunos metros más alla estaba jorge notoriamente pasado de copas, al verlo se le apretó el estómago y esa opresión en el pecho que horas antes la tuvo al borde del abismo se posicionó nuevamente de sus emociones. Cade vez que tenía cerca a ese hombre sentía como si alguien violentamente y sin previo aviso, le arrebatara la paz. Provocando una vorágine en su interior que sólo una cosa la aliviaba.

Con mirada esquiva, para no toparse con Jorge, buscó a Feliciano entre las personas que repletaban el lugar, al principio no tuvo suerte. Recorrió todo el Sunshine abriéndose paso entre personas que le parecieron un tumulto, mientras los saludaba acelerada, a la mayoría de sus conocidos.

Las mesas bastante juntas unas de otras, la oscuridad y el humo que llegaba desde la pista de baile le dificultaban la búsqueda. Por momentos, lo más cercano que tuvo de Feliciano fueron las fotos del personal que en una de las paredes colgaban en zig - zag mostrando, en un intento por parecer artísticas, al grupo de personas que con su trabajo les otorgaba la diversión a los clientes. En una de ellas - la que más le gustaba a Antonia - aparecían Vicente, Feliciano y ella dándose la espalda para formar un triángulo al medio mientras observaban serios un punto fijo al frente de cada uno. Vestidos todos de negro. La foto le arrancó una sonrisa al recordar la sesión que organizaron con un fotógrafo que era cliente frecuente del lugar. En eso estaba cuando vio aparecer a Feliciano. Alto, rubio, con su mirada siempre seria, amenazante, como intentando ocultar un gran secreto, algo que lo apresaba y perturbaba, siempre dejando claro que si él caía los arrastraría a todos.

Se le acercó cauteloso, indagando con la mirada si estaba sola; cuando se dio cuenta de que Antonia logró desprenderse de todos quienes se le acercaban, la tomó del brazo y la llevó hacia uno de los baños mixtos con que contaba el lugar. Una vez ahí, sacó un gran paquete con varios más adentro. Utilizando una tarjeta de presentación Feliciano armó un pequeño cerro blanco con un poco del contenido que había en uno de ellos y lo acercó a su nariz. Con ese simple gesto le devolvió el alma al cuerpo, la opresión en el pecho, el dolor de estómago y cabeza desaparecieron a los pocos minutos, la sonrisa volvió a su rostro y los ojos - un poco lagrimeantes por el ardor que provoca el recorrido de esa sustancian a través de las vías nasales -, se le iluminaron. Cada vez que consumía el cielo se posaba en sus manos, el dolor desaparecía y la euforia comenzaba.

- Que tal?, preguntó Feliciano, dame veinte respondió Antonia.
- Bien, me los pagas ahora en todo caso, continuó.
Sacó de su bolsillo un billete de diez mil y dos de cinco mil, él le pasó dos paquetes de diez cada uno y salieron por separado del baño.

La noche continuó tal como esperaba, buscó entre la gente a sus amigos, cuando los encontró se acercó a ellos para bailar, antes por supuesto fue hacia la barra a pedirle a Vicente – el barman del lugar – que le regalara un ron con coca cola fuerte, cuando lo tuvo en sus manos, la noche pasó de excelente a perfecta.

Vicente era uno de los hombres más guapos he inteligentes que Antonia había conocido en su vida. Trabajaba en el Sunshine de Martes a Sábado y además era su compañero de departamento, fue él quién le consiguió trabajo en el lugar tres veces por semana, ya que, a pesar de que su padre le enviaba lo suficiente para vivir y ella sabía que ese dinero estaría puntualmente en su cuenta el primer día del mes, prefería trabajar para evitar tener más contacto del necesario con ese hombre al que ya casi no conocía. Antonia sabía que esa era una obligación que su padre feliz dejaría de lado, su relación ya hace tiempo que estaba hecha trizas y a ninguno de los dos le interesaba hacer algo para solucionarlo. El odio acuñado - ya hace tantos años - era una herida que no sanaría jamás - o al menos así los creía ella-.

La noche estaba recién comenzando, fue sintiendo poco a poco como se llenaba de adrenalina, ya no bailaba, flotaba, tenía el mundo en sus manos, cualquier cosa le era posible. Con el vaivén de su mirada comenzó a buscar a alguna persona que le hiciera la compañía que necesitaba esa noche, alguien con quien saciar la calentura del momento, sin ataduras ni complicaciones.

martes, 4 de mayo de 2010

Capitulo II (primera parte)

La oscuridad que nuevamente había bañado las calles de Santiago, acompañada por una fuerte lluvia que azotaba su ventana impetuosamente, la hizo pensar que el cielo estaba enfurecido. Tal vez con ella… o con tantos otros como ella, que escondidos entre las sábanas dejaban pasar el día, para reencontrarse nuevamente con calles iluminadas por luces artificiales...


Esa sola idea le entumeció el alma, dejándola paralizada, como si una ráfaga de hielo colmara todos sus rincones con un frío eterno. El recuerdo de Catalina comenzaba a acosarla nuevamente, ¿qué será de Ella?, se preguntó. No la veía hace ya casi un año y la extrañaba cada día más.


A pesar de haber dormido todo el día continuaba somnolienta y aletargada. Despertar era -para Antonia – definitivamente el momento más desagradable de su día. Además, un intenso dolor que le comenzaba justo en medio de la nuca y terminaba entre los ojos, apenas le permitía mover la cabeza. Y lo que era peor, ese ardor que se ubicaba justo en la boca del estómago recorriendo su torso hasta posarse en su pecho, le provocaba un impulso - que cada día se tornaba más conocido e irresistible -, de saltar por la ventana de su dormitorio para quedar tendida a varios metros de distancia en ese suelo que la llamaba hacia él.

La noche para Antonia era un refugio, más que un momento determinado entre las 24 horas del día, era la posibilidad de dejar todo atrás, de olvidar los recuerdos, las circunstancias y los actos, para dar paso a las copas de vino tinto, los vasos de ron con coca - cola o una simple cerveza, que un par de horas después la invitaban a encontrarse frente a frente con su verdadera salvación, ese polvo blanco, poderoso, esa nieve suave que entraba por su nariz, recorría su garganta con un sabor amargo que la hacía sentir viva, llegando hasta lo más profundo de su cerebro.


Esa noche, en particular, el ambiente lluvioso mezclado con un extraño calor, le regalaba una humedad poco común a Santiago, abrió la ventana de su dormitorio de par en par, necesitaba sentir el aire y las gotas de lluvia golpeando su rostro. Daba vueltas a través de su dormitorio buscando con la mirada cualquier cosa que la ayudara a evitar esa sensación de encierro que le oprimía el pecho y el fuerte dolor de cabeza que la agobiaba. Los labios le dolían, tenían algunas incipientes gotitas de sangre debido a que se los mordía constantemente. Sentía que se le iban a salir las muelas. Su mandíbula estaba rígida, tanto que a penas podía abrir la boca. Una sensación de opresión en el pecho la precipitaba hacia la calle, como si alguien o algo la empujaran a dejar esas cuatro paredes de su dormitorio, que la acorralaban. Tenía la sensación de que avanzaban hacia ella con una velocidad burlesca queriendo aplastarla hasta estrangularla. El oxígeno le era cada vez más escaso, se sentía aterrorizada, estaba segura de que en cualquier momento le iba a dar un ataque al corazón o que simplemente iba a terminar saltando por la ventana acabando de una vez por todas con todo eso que la abrumaba.


Definitivamente la única posibilidad, para evitar el suicidio – y sólo porque estaba segura de que jamás tendría el valor de hacerlo – fue salir. Ir a su refugio. Encontrarse con sus amigos para terminar la noche en algún lugar lejos de si misma.
Logró encontrar un poco de paz por el mero hecho de pensar en liberarse de ese encierro que la subyugaba. Sabía que al llegar al bar de siempre se encontraría a más de una persona dispuesta a conseguirle lo que necesitaba para terminar con su pesadilla y nuevamente dejar todo en su lugar, exactamente donde quería ponerlo, ahí donde sabía nadie entraría. Porque sólo ella tenía libre acceso a su interior.